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sábado, 23 de octubre de 2010

Critica de Dark Sanctuary

"Jeder Engel ist schrecklich"
Rainer Maria Rilke

Crítica a Dark Sanctuary

Todo ángel es aterrador

Si algo caracterizaba al origen del Romanticismo era la búsqueda de nuevas formas, transgrediendo las limitaciones de los géneros, alzando tiempos remotos, historias olvidadas y sentimientos ocultos en los rincones más oscuros e inexplorados del alma humana, poniéndolos a la vista de todo el mundo. Buscando la vida se hallaba la muerte, buscando la luz se encontraba la más preciada oscuridad, buscando el amor se descubría la ausencia de unos brazos vacíos.
Victoria Francés, en su búsqueda personal de nuevos géneros, ha encontrado en la música las imágenes, y en los ángeles su más preciada compañía. Su nuevo trabajo Dark Sanctuary, de la mano del homónimo grupo musical francés, es una arriesgada apuesta en busca de la obra de arte total. Tanto la lectura del libro, como la escucha del disco, no tienen sentido la una sin la otra. De ahí que en la contracubierta de la obra nuestras manos se encuentren con el cedé compartiendo portada, avisándonos de que la música juega un papel fundamental en el motivo que encierran las páginas, que en ningún caso es accesorio.

Los ángeles son el umbral que protege cada uno de los tres capítulos en los que la obra está compuesta. En ellos, en las miradas de los ángeles, residen las emociones de cada historia, la intención fundamental con la que se abordan las diferentes tramas. El verdadero leitmotiv de Dark Sanctuary es la conciencia de la pérdida, la pregunta que no halla más respuesta que el eco de su propia voz, la nieve cayendo sobre la memoria de una anciana, la piedra que golpea el rostro de una condenada a muerte. En ningún caso los personajes de cada historia se rebelan contra su destino, si no que aceptan la fatalidad como única forma de consuelo, del mismo modo que un compositor escoge una escala menor para comprender su tristeza.

La conjunción de música, imagen y palabras hace de Dark Sanctuary una obra que requiere una pausada escucha, un tranquilo visionado y una lenta lectura que contradice todas las tendencias actuales del arte, donde la fugacidad, el instante y la abstracción son la tónica constante. Dark Sanctuary, la última obra de Victoria Francés, es un libro musical aparentemente sencillo en la forma pero que conforma un denso ejercicio de reflexión con el lector, pues se ponen muchas expectativas en él. En cuanto a lo literario puede decirse que es el libro más elaborado hasta la fecha de todo el catálogo de la artista, la colaboración con Dark Sanctuary ha dado lugar a unos textos con una calidad literaria a tener en cuenta, como por ejemplo la canción Omnes fluctus tui donde se llega a versos que son verdaderos aciertos: De tanto jugar con el vacío he dejado de tenerle miedo.

Algo se mueve dentro de Victoria Francés, no deja de ser algo sobrecogedor que su mirada encuentre mucha más compañía en las estatuas de ángeles en Génova, en Venecia, en París, en Londres o Berlín, queriendo encontrar recuerdos dentro de las piedras, buscando la voz que deje de juzgarla para comprenderla. La única esperanza que puede encontrarse en su obra es el símbolo de la mariposa, la artista como frágil insecto volador hecha a sí misma a lo largo del tiempo, posándose en las flores que nacen bajo las piedras, posándose en las espaldas de aquellas personas en las que encuentra apoyo, volando hacia la siguiente obra como en la última lámina del libro, bajo la mirada protectora de un ángel acaso terrenal, acaso infantil. Es como si el arte se hubiera tornado algo inevitable y encerrado dentro de sí misma, como un secreto inconfesable, que se transforma en símbolos y que no busca si no el silencio, la contemplación, la intimidad del juego con una muñeca infantil que algún día habrá de abandonarse, como la propia vida ha de abandonarse.

Quizás el acertado error de Victoria Francés, como en la canción de Le tribunel, sea su tenacidad y el querer defender su verdad, la verdad de su arte, aunque sea para ser juzgada tras los muros de su sensibilidad.


Fernando José Palacios León

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